Dicen que el origen de las fiesta de Las Fallas se halla en los artesanos y, muy especialmente, en los carpinteros de Valencia. Durante el invierno, para aprovechar las últimas jornadas de luz, se utilizaban unos candiles que se colgaban de un artefacto denominados "parots", muy parecido a un candelabro de varios brazos de troncos o tablas de madera. Con la llegada del buen tiempo, la víspera de San José se quemaban estos aparatos a la puerta de las casas.
Con el tiempo al parot se le añadían prendas viejas y otros objetos para quemar, tomando la forma de un espantapájaro. Cada vez fue adquiriendo más rasgos humanos, representando a algún personaje popular del barrio. Así surgió el "ninot" o muñeco, que comenzaría a aparecer acompañado de otras figuras. El tono sátiro y burlesco de las fallas se complementó con la perfección de las mismas a nivel plástico, dando lugar a los artistas falleros.
En esta ciudad plagada de músicos y de melómanos, las escalas musicales se mezclan con las composiciones que ofrecen la despertá o la mascletá. Aromás de pólvora que se entremezclan con aires de buñuelos o de paella.
Los falleros, agrupados en los denominados "casales" vencen al sueño y esperan con devoción la ofrenda a la Virgen de los Desamparados. Bajo ella, se extiende un enorme manto de flores multicolores que aumentan el colorido de la fiesta. Y, a las cinco de la tarde, toros.
La víspera del 19 de marzo, con la cremá, Valencia se convierte en una auténtica bola de fuego. Verdaderas obras de arte en cartón-piedra arden de un extremo a otro de la ciudad. La ciudad del Turia se convierte, por unos días, en la ciudad del fuego.
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